Ética periodística contra ‘fakes news’
Luis Santos Serra
Periodista y escritor
El acoso, los delitos de odio o incluso las estafas,
encuentran nuevas posibilidades de extenderse con enorme rapidez en la sociedad
digital en la que estamos. Lo mismo pasa con las llamadas ‘fake news’, otro
anglicismo más que se instala en nuestro lenguaje, que no son sino las noticias
falsas, las mentiras.
De igual manera que se habla de la
posverdad, estamos preocupados por un nuevo fenómeno para el que no tenemos
respuestas fáciles. Incluso nos produce un cierto temor por lo novedoso del
tema y su dimensión.
La transmisión de mentiras ha existido siempre, pero ahora
sorprende el vértigo que produce su estallido en internet. Y todo ello coincide
en un momento donde el estatus del periodismo tradicional se ha visto
trastocado por una profunda crisis de modelo, donde a las cabeceras
tradicionales se han sumado las estrictamente digitales.
Pero al albur de todo este mundo surgen pseudomedios y
portales de internet que abiertamente justifican el bulo. La amenaza de las ‘fake
news’ será difícil de erradicar y se estima que será una batalla larga.
Se calcula que la mitad de las informaciones que
consumiremos en occidente en 2022 serán falsas. La Comisión Europea se asesora
por un grupo de alto nivel compuesto por 39 expertos, entre los que se
encuentra la española Clara Jiménez Cruz, cofundadora del portal “Maldita.es”
que engloba a “Maldita Hemeroteca”, “Maldito Bulo”, “Maldito Dato” y “Maldito
Deporte”. El fin es identificar las fuentes de emisión de los bulos en las
redes y compartir experiencias y metodologías para confrontarlas.
Lo que en un principio parecía como democratizador, ya que
cada ciudadano prácticamente podía convertirse en emisor de noticias, también
ha producido una contaminación de la red de comunicación con noticias falsas. Cualquier
llamada a la regulación se contemplaba como un cercenamiento de la libertad de
expresión.
Igual que sucede con los delitos de odio donde las compañías
de redes sociales Facebook, Twitter y YouTube han comenzado una autoregulación
retirando este tipo de discursos, adelantándose a las medidas de la Unión
Europea, empieza a pasar algo similar con la reproducción de noticias
sensacionalistas y mentirosas.
Aunque es verdad que lo que alienta este estado de cosas es
la posible intervención de Rusia en los procesos electorales europeos, con
robots que multiplican en la red las “fakes”. En EEUU el debate en la era Trump
es distinto, acabar con el acceso igualitario a internet, propugnando el fin de
la neutralidad en la red.
En cualquier caso, el problema no lo resolverán nuevas leyes,
la solución ante este disparate no es recortar la libertad de expresión ni
meter en la cárcel a los humoristas. Tampoco vendrá de las empresas dedicadas
al ‘fact-checking’, empeñadas exclusivamente en la verificación de los hechos como
el portal “Maldito Bulo”, cuyos periodistas se dedican desde hace
aproximadamente un año a señalar aquellas noticias falsas que se han viralizado
en la red. Los expertos indican que es imprescindible la labor de los usuarios
para detectar los bulos y hacerse eco de los desmentidos.
Porque pese a la importante labor de estas empresas existe
el riesgo de que se retroalimente con las que crean las ‘fake news’ y que sea
una vertiente en la creación de un nicho nuevo de negocio periodístico que
distraiga la auténtica labor de hacer información plural e independiente, razón
de ser del periodismo.
Es el rearme ético de la sociedad, donde se busque la verdad,
el camino para luchar contra las ‘fake news’. Desde luego tiene que tener
consecuencias difundir noticias falsas, aunque insistimos no de tipo penal sino
de descrédito social. Desde el periodismo se tiene que promover una acción en
la que se señalen las cabeceras que equívocamente jueguen a confundir
aparentando ser medios de comunicación cuando en el fondo son emisores de
falsedades.
Dejar claro que no pueden adoptar formatos de medios de comunicación
aquellas páginas o portales que tienen otro fin. Todo ello bajo el paraguas de
la ética.
Se puede decir que tras el beneficioso salto en las
comunicaciones, en la globalización de los conocimientos y opiniones las redes
pueden servir para generar indignación, agrupar lealtades tribales y facilitar
la fragmentación de la sociedad con pseudoinformaciones que priorizan lo
emocional frente a los conocimientos contrastados, a los datos que aporta un
reportaje o crónica periodística.
Así se crean burbujas de opinión, donde lo de menos es si se
trata de noticias falsas ya que el receptor es proclive a recibirlas. Las
noticias se fabrican y se lanzan a la red y si se demuestra que son falsas, se
acude a convertirlas en humor. Por encima de la veracidad de la noticia se
mantiene el punto de vista del grupo. Que las noticias sean falsas es pues
secundario, porque la verdad es un problema para el grupo que busca reforzarse
atacando al otro.
El periodismo, que a la crisis de modelo suma la de la
credibilidad por su connivencia y dependencia de la política en nuestro país1,
tiene una ventana de oportunidad si busca una regeneración y junto a la ética,
vuelve a practicar la comprobación de las fuentes y el contraste de los hechos.
Ahí reside la auténtica modernidad,
frente al espectáculo ficticio del sensacionalismo de las noticias falsas
creadas.
Partiendo de la autocrítica, porque en el pasado los
periodistas no teníamos toda la razón de nuestro lado. Sirva un ejemplo
determinante. Entre 1975 y 2014, se concedía el premio de periodismo González
Ruano, quien afirmaba que “la verdad, la verdad pura, apenas sirve para nada”.
No me corresponde analizar el problema moral que supone
alejarse de la verdad, pero si el ético. Porque en el trampantojo periodístico
de los portales que difunden ‘bromas’ con apariencia de noticas, que luego
usuarios y prensa replican hasta la saciedad, no hay derecho de rectificación o
posibilidad de corregir la versión errónea.
Uno de esos sitios webs difundió la falsa noticia de que
habían sido detenidos dos monaguillos por meter marihuana en el botafumeiro de
la Catedral de Santiago. Basta con que en el aviso legal se diga que todo lo
publicado es “falso” y asunto arreglado. Hay bulos presentados como noticia, para
confundir y que se extiendan, al que no se exige juridicidad ni control
deontológico. Y si señalas su falsedad, es que no tienes sentido del humor.
1 “La prensa que se vendió”. Luis Santos Serra. Ediciones
Carena (2015)
https://edicionescarena.com/producto/la-prensa-que-se-vendió/
EL PAÍS
EL PAÍS
El error de Podemos con el nacionalismo
La formación ha sacrificado su importancia en España a favor de la marca en Cataluña pese a declarar que no es independentista
Soy votante de Podemos y fui preso político durante el franquismo. He transitado por la decepción ante la posición de los principales dirigentes que han facilitado al nacionalismo catalán argumentos fundamentales para su expansión publicitaria y victimización, en su peripecia de ruptura antidemocrática. Como dijo Nicolás Sartorius, a quién conocí en la prisión madrileña de Carabanchel, el derecho de autodeterminación es reaccionario y no sirve a los valores de la izquierda. Con esa identificación y trayectoria me dirijo a Pablo Iglesias para que se replantee una política errónea, y deje de ser compañero de viaje del nacionalismo.
Podemos, pese a declarar que no es independentista, ha sacrificado su importancia en España a favor de la marca en Cataluña. Pierde transversalidad en el conjunto del país e incluso dilapida parte del capital heredado del 15M. Quiebra el apoyo generacional de los que vivieron la Transición desde la izquierda. Aparece como un partido de agitación y no de profundización de la democracia y menos de Gobierno. Para colmo divide al conjunto de la izquierda. El resultado puede ser paradójicamente el fortalecimiento de la derecha, que el PP y Ciudadanos hegemonicen políticamente la salida de la crisis catalana.
En el desiderátum de errores de Podemos, empiezo por lo que no hizo, defender la democracia (ante su conculcación en el Parlament de Cataluña) y después, lo que imprimió en su hoja de ruta confluyente con el nacionalismo que debía haber combatido. Así nos encontramos con que Podemos empezó a utilizar ya antes de la fecha del referéndum del 1 de octubre ideas fuerza como la de que no querían “presos políticos”. También avanzarían el argumento de la represión política y el de las dos legalidades. Un escándalo ético y moral utilizar estos términos para muchos de los que luchamos contra el franquismo y sufrimos cárcel.
El problema de aceptar la autodeterminación-derecho a decidir y no luchar frente a la violencia contra la democracia que supone que se aprueben las leyes de desconexión en el Parlament Catalán y se impida que la sociedad atacada se defienda judicialmente, significa que se desarma a la sociedad. Ni siquiera Podemos es equidistante o ambigua, como dicen algunos críticos, objetivamente ha favorecido al nacionalismo, tal vez sin ser del todo conscientes del calado de sus decisiones.
El derecho a decidir bajo el formato de referéndum pactado, aunque muchos bienintencionados puedan considerarlo una solución de sentido común, no es sino el trasunto del derecho de autodeterminación. Algo que por definición de los organismos internacionales no es aplicable a Cataluña. Se ve claramente como excluye de sus prioridades el nacionalismo la agenda social, la solidaridad interterritorial y no digamos el tan querido por la izquierda como es el argumento del internacionalismo. Una izquierda que propugna abolir las fronteras y defender a los inmigrantes no puede facilitar más fronteras interiores. Porque además el protagonismo de la “revolución nacionalista” es de una élite burocrática instalada en las más altas instancias del estado autonómico, al que quiere destruir desde dentro. Posiblemente sea también una lucha interna entre capas de la burguesía. Protagonismo que se visualiza grotescamente cuando sustenta económicamente las protestas y paros “de país”.
Y ha fagocitado esa derecha nacionalista catalana para sus intereses, logrando que suspenda su lucha contra la corrupción autóctona catalana y los recortes todavía mayores y más tempranos que en el resto de España, a un anarquismo posmoderno que no tiene mala conciencia como la tuvo en otra época a la hora de concurrir a las elecciones. Anarquismo que en este siglo no está perseguido por los pistoleros de la patronal, sino que por el contrario ellos mismos son la fuerza de choque callejera, que “pacíficamente intimidatoria” quiere colapsar el Estado democrático, defendiendo a esas élites burocráticas. Aventura esta de la insurgencia en el estado del bienestar atractiva para sectores que quieren un sistema político de corte xenófobo. Pues bien a ese anarquismo de la CUP parece acercarse Podemos, influenciado por su corriente anticapitalista.
Querido Pablo, en un hipotético Ministerio del Tiempo, yo no compartiría celda con los nacionalistas catalanes, porque ellos se sitúan contra la democracia y yo luché y lo quiero seguir haciendo por las libertades.
Luis Santos Serra es periodista y escritor.
Twitter:@luissantosserra